domingo, 12 de febrero de 2012

Cuentos en verso para niños perversos.

Muchas veces parece que estamos ya cansados de escuchar una y otra vez las historias tradicionales y los valores que transmiten, esa chica guapísima que busca a su príncipe azul, guapo, alto, rubio, con los ojos azules, que la lleve a su palacio y la aleje de su mundanal vida. Luego pasa que en la calle no lo encontramos.

Fue hace un tiempo que una amiga me recomendó "Cuentos en verso para niños perversos" (haceos con él si podéis) un libro en el que Roald Dhal, su autor, se encarga de cambiar unas pocas de esas historias, desde Los tres cerditos a Blancanieves pasando por La Cenicienta, con la cual os dejo:


"¡Si ya nos la sabemos de memoria!",
diréis. Y, sin embargo, de esta historia
tenéis una versión falsificada,
rosada, tonta, cursi, azucarada,
que alguien con la mollera un poco rancia
consideró mejor para la infancia...
El lío se organiza en el momento
en que las hermanastras de este cuento
se marchan a palacio y la pequeña
se queda en la bodega a partir leña.
Allí, entre los ratones llora y grita,
golpea la pared, se desgañita:
"¡Quiero salir de aquí! ¡Malditas brujas!
¡¡Os arrancaré el moño por granujas!!".
Y así hasta que por fin asoma el hada
por el encierro en el que está su ahijada.
"¿Qué puedo hacer por ti, Ceni querida?
¿Por qué gritas así? ¿Tan mala vida
te dan esas lechuzas?". "¡Frita estoy
porque ellas van al baile y yo no voy!".
La chica patalea furibunda:
"¡Pues yo también iré a esa fiesta inmunda!
¡Quiero un traje de noche, un paje, un coche,
zapatos de charol, sortija, broche,
pendientes de coral, pantys de seda
y aromas de París para que pueda
enamorar al príncipe en seguida
con mi belleza fina y distinguida!".
Y dicho y hecho, al punto Cenicienta,
en menos tiempo del que aquí se cuenta,
se personó en palacio, en plena disco,
dejando a sus rivales hechas cisco.
Con Ceni bailó el príncipe rocks miles
tomándola en sus brazos varoniles
y ella se le abrazó con tal vigor
que allí perdió su alteza su valor,
y mientras la miró no fue posible
que le dijera cosa inteligible.
Al dar las doce Ceni pensó: "Nena,
como no corras la hemos hecho buena",
y el príncipe gritó: "¡No me abandones!",
mientras se le agarraba a los riñones,
y ella tirando y él hecho un pelmazo
hasta que el traje se hizo mil pedazos.
La pobre se escapó medio en camisa,
pero perdió un zapato con la prisa.
el príncipe, embobado, lo tomó
y ante la corte entera declaró:
"¡La dueña del pie que entre en el zapato
será mi dulce esposa, o yo me mato!".
Después, como era un poco despistado,
dejó en una bandeja el chanclo amado.
Una hermanastra dijo: "¡Ésta es la mía!",
y, en vista de que nadie la veía,
pescó el zapato, lo tiró al retrete
y lo escamoteó en un periquete.
En su lugar, disimuladamente,
dejó su zapatilla maloliente.
En cuanto salió el sol, salió su alteza
por la ciudad con toda ligereza
en busca de la dueña de la prenda.
De casa en casa fue, de tienda en tienda,
e hicieron cola muchas damiselas
sin resultado. Aquella vil chinela,
incómoda, pestífera y chotuna,
no le sentaba bien a dama alguna.
Así hasta que fue el turno de la casa
de Cenicienta... "¡Pasa, alteza, pasa!",
dijeron las perversas hermanastras
y, tras guiñar un ojo a la madrastra,
se puso la de más cara de cerdo
su propia zapatilla en el pie izquierdo.
El príncipe dio un grito, horrorizado,
pero ella gritó más: "¡Ha entrado! ¡Ha entrado!
¡Seré tu dulce esposa!". "¡Un cuerno frito!".
"¡Has dado tu palabra. Principito,
precioso mío!". "¿Sí? -rugió su alteza.
-¡Ordeno que le corten la cabeza!".
Se la cortaron de un único tajo
y el príncipe se dijo: "Buen trabajo.
Así no está tan fea". De inmediato
gritó la otra hermanastra: "¡Mi zapato!
¡Dejad que me lo pruebe!". "¡Prueba esto!",
bramó su alteza real con muy mal gesto
y, echando mano de su real espada,
la descocó de una estocada;
cayó la cabezota en la moqueta,
dio un par de botes y se quedó
quieta...
En la cocina Cenicienta estaba
quitándoles las vainas a unas habas
cuando escuchó los botes, -pam, pam, pam-
del coco de su hermana en el zaguán,
así que se asomó desde la puerta
y preguntó: "¿Tan pronto y ya despierta?".
El príncipe dio un salto: "¡Otro melón!",
y a Ceni le dio un vuelco el corazón.
"¡Caray! -pensó-. ¡Qué bárbara es su alteza!
con ese yo me juego la cabeza...
¡Pero si está completamente loco!".
Y cuando gritó el príncipe: "¡Ese coco!
¡Cortádselo ahora mismo!", en la cocina
brilló la vara del hada madrina.
"¡Pídeme lo que quieras, Cenicienta,
que tus deseos corren de mi cuenta!".
"¡Hada madrina, -suplicó la ahijada-,
no quiero ya ni príncipes ni nada
que pueda parecérseles! Ya he sido
princesa por un día. Ahora te pido
quizá algo más difícil e infrecuente:
un compañero honrado y buena gente.
¿Podrás encontrar uno para mí,
madrina amada? Yo lo quiero así...".

Y en menos tiempo del que aquí se cuenta
se descubrió de pronto Cenicienta
a salvo de su príncipe y casada
con un señor que hacía mermelada.
Y, como fueron ambos muy felices,
nos dieron con el tarro en las narices."

domingo, 5 de febrero de 2012

Los fantásticos libros voladores del Señor Morris Lessmore.

Porque los libros no solo nos distraen; ante una duda nos responden, ante un mal momento nos ayudan a viajar a otros mundos y abstraernos de la realidad, nos enseñan historias de lugares lejanos, maravillosos y fantásticos, nos presentan a personajes a los que llega un momento en que cogemos cariño, como si fueran un amigo. Las horas pasan como minutos y parece que devorásemos con los ojos con tal de poder absorber las páginas más rápido. Se hacen algo indispensable.


Disfrutad:


(A 27 de febrero, con la resaca de los oscar os comento que no sabía que este corto era candidato en la categoría de "Mejor corto de animación", ahora, además, es ganador, no me extraña.)